
“Tuve depresión. Después de casarme no fue lo que yo esperaba, todo fue de mal a peor, mi ex-esposo era adicto al alcohol. Me casé pensando que al casarse y tener nuestra familia él cambiaría.
A causa de su vicio él me maltrataba, llegaba agresivo, varias veces fue agresivo conmigo, yo tenía rabia, odio y miedo. Era una relación tóxica. Tenía miedo de dejarlo.
Me fui deprimiendo, yo me encerraba y no quería hablar con nadie la vida no tenía sentido para mi, quería morir, pero no atentar contra mi vida.
Donde el tomaba, a veces no llegaba en una semana.
Estuve alrededor de 10 años con depresión y sufría sola.
Intentaba disfrazar lo que sentía cerca de las personas, sonreía y demostraba que estaba bien, intentado esconder mi sufrimiento. Luego seguía triste, amargada, sólo quería dormir y era como escapar del sufrimiento.
Para ver si él reaccionaba, llegué a tomar un cuchillo, apuntarlo a mi muñeca y decirle que si no paraba con todo eso yo me quitaría la vida. Pero nada cambió.
En el trabajo le comenté a una compañera de mi sufrimiento y ella me habló de la iglesia y me invitó.
Llegando acá pude desahogarme, un siervo de Dios me atendió y me orientó, ese día salí aliviada y con más fuerzas. Ese día supe que no estoy sola.
Participando, me fui fortaleciendo y mi vida fue cambiando.
Con mi hija tenemos una buena relación y juntas hemos logrado muchas cosas.
Se fue la depresión, hoy tengo alegría y ganas de vivir.
El Espíritu Santo representa todo para mí, porque es el motor que me impulsa a avanzar, cada decisión que tengo que tomar le pido dirección a Dios y sé que todo saldrá bien.
Hoy tengo una vida bendecida en todo, pero lo más importante es el Espíritu Santo en mi vida”.
Jimena