
Crecí en un hogar disfuncional donde solo había discusiones y la miseria. Mi padre era una persona violenta que acosaba a mi madre con maltrato físico y verbal, y durante toda mi infancia quedé marcada por esa violencia.
Era una persona violenta con un carácter agresivo, prefería aislarme y no tener contacto con los demás. Desde temprana edad había decidido tomar las calles, la falta de atención y disciplina, por parte de mi padre ausente, unido a mi madre enferma, sufrida y una vida de miseria.
En el pandillaje encontré esa familia que tanto andaba buscando, cayendo de esta manera en el consumo de diferentes tipos de estupefacientes, estaba entrando voluntariamente a un pozo sin salida del cual pensé que jamás lograría salir.
Tuve el sueño de ser alguien más en la vida, quería estudiar y obtener una carrera para ser profesional, pero dentro de mí habitaba la oscuridad generada por todo el odio y el resentimiento sembrado por mi padre, había marcado mi vida.
Empecé una relación con un hombre que se tornó violento quien además de maltratarme, me engañaba.
Tuve depresión, me sentía inferior y desvalorizada como madre y como ser humano.
Un día recibí una invitación que cambiaría mi vida, tras conocer la Iglesia Universal encontré una salida. Aprendí a vivir la fe en Dios, que me rescató.
El Espíritu Santo vive dentro de mí y me dio una nueva vida. Hoy tengo una alegría indescriptible.
Verónica González.