Podía estar bien con mi esposa, pero de la nada empezábamos a pelear con gritos y empujones. Ella era muy celosa y posesiva. A pesar de estar separados un tiempo, cuando regresamos los problemas seguían igual o peor.
Vengo de una familia disfuncional, de sufrir carencias; por eso se me hacía fácil salir a tomar con mis amigos. Me sentía tan mal anímicamente, que muchas veces llegué a pensar que no tenía caso seguir viviendo, pues ni una casa podía darle a mi familia.
Al asistir a las reuniones de la Universal me empecé a sentir muy bien, parecía como si me hubiera quitado un peso de encima. Tanto mi esposa como yo fuimos cambiando hasta que, con la ayuda de Dios, transformamos nuestro matrimonio.
Tanto los celos como las discusiones fueron reemplazados por amor, comprensión, confianza. Económicamente nos va bien, hasta compramos una casa propia.
Ahora sí puedo decir que estoy pasando por la mejor etapa de mi vida. El Señor Jesús hizo todo nuevo, me hizo feliz.
Luis Enrique Castillo