Nací en una situación de abandono, mi madre me abandonó siendo bebé. Hubo una época en el orfanato en la que había 150 niños y todos fueron a pasear con sus familias y yo fui la única que quedó y le echaba la culpa a mi mamá, tenía odio, no entendía por qué me abandonó. Estuve en el orfanato hasta los 12 años y cada vez que había campaña de adopción, tenía la esperanza y cuando fui adoptada descubrí que había sido para trabajar. Me pegaban de la nada, no voy a decir que era una niña fácil, hurtaba.
Fui a una fundación, cuando llegué la revista parecía la de una cárcel y me convertí en una persona más dura.
Intenté suicidarme; con un cuchillo, me arrojé frente a un auto, me dormía y no quería despertar.
Un día, recibí una invitación para ir a la iglesia y esa persona me trataba con cariño, con respeto e insistió y yo fui. Cuando llegué vi el Altar. Con tres meses de iglesia vino la Hoguera Santa y fue mi oportunidad. Yo hice el sacrificio completo, les pedí perdón a las personas que un día me lastimaron. Perdonar, fue lo más difícil.
Subí de una manera al altar y descendí con paz, con la certeza de la victoria.
Dios me dio el bautismo con el Espíritu Santo, me dio alegría, suplió todas las áreas, hasta las que no había pedido.
Comencé a creer que era posible tener un sueño, de ser profesora y el Espíritu Santo decía dentro de mí “vas a conseguirlo” y vino otra Hoguera Santa y participé, entonces lo conseguí. Hoy soy profesora graduada y tengo el posgrado de psicopedagogía.
Soy una persona realizada, Dios me ha dado la mayor alegría, el Espíritu Santo.
Tengo mi departamento.
La voz del Altar fue maravillosa, donde había odio, rencores y dolores trajo vida, esperanza e hizo que todo sea posible.
Erica.