A los 14 años de edad me dio depresión y caí en los vicios. Empecé con cigarro y alcohol, pero luego conocí las drogas, con pegamento, aerosoles y después comenzaron los problemas espirituales. Yo veía bultos, oía voces y por las noches me daban parálisis del sueño.
Al tiempo, conocí a la mamá de mis hijas, me casé, pensando que me alejaría de las drogas, pero fue lo contrario.
Siempre tuve el sueño de ser empresario e iba a brujos, con la intención de que me prepararan para eso. No obstante, no progresaba en nada, al contrario, todo se cerraba para mí.
Perdí mi primer matrimonio y tuve varios intentos de suicidio. Intenté cortarme las venas, quise colgarme y la tercera vez quise tirarme desde un tercer piso a los cables de luz.
Yo pensaba que yo no sería nadie, pues, no tenía ni la capacidad de sustentar una familia.
Cuando llegué a la Universal me marcó lo que escuché: “Aunque tu familia no crea en ti y nadie apueste nada por ti, aún así hay un Dios y Él cree en ti”.
A los 2 meses escuché hablar de la Hoguera Santa y decidí participar. Ahí recibí lo más importante; el Espíritu Santo y Él me empezó a guiar.
Se quitó la ansiedad de los vicios. Me liberé de la depresión, del insomnio, dejé de oír las voces.
Ya había dejado de ganar un sueldo mínimo y ganaba mucho más trabajando por mi cuenta.
Dios bendijo mi vida sentimental, conocí a mi esposa, me casé, vino la pandemia y todo se cerró.
Entré a trabajar como empleado, me lastimé y nació en mi una indignación, pues yo ya había probado el poder de Dios en el Altar, pensé: “¡vamos a ver si la pandemia también existe en el Reino de los Cielos!”
Participé en la Hoguera Santa y se me abrieron las puertas para exportar mi producto y a los tres meses se abrió una puerta para exportar a otros lugares.
En medio de la pandemia yo ya tenía 10 personas trabajando, eran 10 sueldos que tenía que pagar por semana.
A los primeros 6, 7 meses de la pandemia pude comprar una camioneta y un auto para trabajar.
Abrimos una bodega, de tener 10 personas trabajando, empezamos a tener 15 y al grado que tuve que abrir otras 2 sucursales.
Hoy soy el empresario que siempre quise ser.
Hoy puedo dar el sustento que mi familia necesita.
Tengo 3 sucursales, un auto y una camioneta.
Yo era un “don nadie”, no había nadie que creyera en mi, yo puedo decir que sólo Dios creyó en mi, hasta ahora.
El Altar para mi significa una oportunidad de avanzar”.
Ignacio.
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